Esta es una frase irónica que decía un amigo mío. Se refiere a que en multitud de ocasiones perdemos una enorme cantidad de tiempo tratando de averiguar cómo funcionan
cosas que habríamos ahorrado si hubiéramos empezado por leer el manual, o al menos lo hubiéramos tenido como consulta mientras practicábamos.
Si cada uno analizamos como hacemos las cosas encontraremos multitud de ocasiones en que caemos en esta trampa. Creemos que sabemos cómo funciona algo, por ejemplo
un nuevo teléfono móvil que hemos comprado, y nos ponemos a trastear intentando hacer algo, pero en algún momento nos perdemos; algo no está donde debería.
Damos vueltas y más vueltas y
al final o bien terminamos leyendo el manual o bien nos olvidamos de ello y lo dejamos correr. El problema es que habremos perdido más tiempo del que
hubiéramos necesitado si hubiéramos empezado leyendo el manual.
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No quiero decir con esto que cada vez que hagamos algo tengamos que leernos el manual: la mayoría de las veces puede ser innecesario, pero sí creo que es recomendable
tener presente tres cosas:
- Echar un vistazo al índice y al propio manual por encima y tenerlo cerca cuando empezamos "a trastear". Si tenemos una idea de qué podemos encontrar en él, y
lo tenemos cerca en cuanto tengamos una duda podremos consultar de manera rápida.
- Tener presente la segunda frase del día: "Todavía puedes aprender mucho de los libros que acumulan polvo en tus estanterías". Es un hecho que olvidamos muchas
cosas que alguna vez aprendimos: ¿alguien recuerda cual es el logaritmo neperiano de e? Libros que en su día leímos pueden darnos muchas ideas, tiempo después, porque
enfocamos los contenidos con otra visión y otros conocimientos.
- Tener presente la tercera frase del día: "Lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe". Que aplicado a los manuales viene a decir que quizá no
necesitamos enfocarnos en recordar todo, sino en saber dónde debemos buscar las respuestas. Si leemos los manuales de las cosas, probablemente no recordemos todo,
pero sabremos donde buscar en caso de necesidad.
Y como hoy el post va de frases, ahí va otra: "Cuanto mejor hago una cosa más me divierto haciéndola", que podría seguir con "y cuanto más me divierto mejor la hago".
Es un hecho que disfrutamos cuando en una tarea somos competentes. Ser competente en algo además crea un circuito que se retroalimenta. Cuando aprendemos algo y siendo
buenos en ello hay un cierto orgullo personal que nos lo indica y nos motiva a seguir perfeccionándonos. Y con el tiempo llega un mayor o menor reconocimiento social,
que retroalimenta el circuito. Y cuando esto pasa nuestra confianza interior aumenta: nos sentimos más tranquilos y seguros en lo que hacemos, y nos sentimos capaces
de hacer "todavía más". Todo ello retroalimenta el circuito.
Por ello la formación es una poderosísima herramienta de motivación. Porque lleva a ser competente. Y no hace falta que el asunto sea ser físico nuclear. Siempre recuerdo
que cuando era supervisor de unidades, los restaurantes que tenían el personal más motivado eran los que (entre otras cosas), estaban más limpios, y viceversa. Cuando un nuevo gerente
llegaba a un restaurante que no estaba bien mantenido y ponía al personal a limpiar, en principio siempre había más o menos quejas: a nadie le gusta limpiar, pero al poco
tiempo todos solían estar más motivados, porque trabajaban en un entorno más limpio, agradable y que les hacía sentir mejor. Si esto ocurre con algo en principio poco
motivante como la limpieza, imaginemos lo que puede pasar con áreas de por sí más motivantes.
Gracias por leernos y hasta el siguiente artículo.